se
tiñen de negro
la
calle y la acera.
Un
hombre y un perro
acuden
tranquilos
a
su ritual:
él
enciende un pitillo,
el
otro a orinar.
Paseo
tranquilo
de
meditaciones
sobre
un día sin brillo
ni
estribaciones.
Trabaja
en la obra
poniendo
ladrillos,
enyesa,
desescombra…
-
“Me duelen los tobillos
de subir escaleras,
de hacer tanta masa,
de tirar las telas
y poner los hierros
para los cimientos…
¡Vaya tos que llevo!
Tengo enfriamiento
y me duele el pecho;
con más de cincuenta
años que tengo,
¡mira que me cuesta
hasta sacar el perro!
Pero, mejor salgo,
viene bien el paseo.
En mi casa me amargo,
y me entra un mareo
de ver que la obra
la están liquidando,
y nadie me nombra;
en paro, ¿qué hago?
Esta crisis de mierda,
¡a ver cuanto dura!
Va a hacer que me pierda
y haga una locura.
Mira mi Sultán
lleno de alegría,
qué tranquilo está.
Buena compañía.
Si no fuera por él
y este ratico.
¡Qué bueno tener
tan fiel amigo!
¡Joder, que tarde!
Vamos a casa.
En ser las doce
estoy en la cama”.
Él
mira al perro
y
el perro al amo.
Se
ponen de acuerdo
y
siguen paseando.
Emilio Soler Poveda
9 de mayo de 2012.